domingo, diciembre 04, 2005

Clases de arribismo

Mandé esta carta a El Mercurio con el título “Urbanidad y lenguaje” y no salió publicada. Es la segunda vez que aparecen algunos “expertos” según los cuales decir esposa es mala educación.

Sr. Director:

En el artículo reciente sobre las reglas de urbanidad se toca el tema del uso de ciertas palabras. Pero urbanidad es amabilidad y demostración de respeto. Decir “por supuesto que te puedo prestar la chaleca” no es una falta de urbanidad, sino solamente la evidencia de que se pertenece a las clases populares o medias. En cambio “el chaleco es mío y se lo presto al que yo quiero”, sí es una muestra de malos modos.

Los expertos entrevistados se meten en un tema complejo. Pese a que la Real Academia no acepta repitente esta palabra es usada por todos los chilenos, sin distinción de clases sociales. ¿Debemos regirnos exclusivamente por la docta corporación? En ese caso hace poco tiempo no habríamos podido decir video ni extinguidor ni magistrada, palabras incluidas recién en el diccionario del año 2002. Mi pronóstico es que la RAE tarde o temprano aceptará repitente, pero no como sinónimo de repitiente (palabra que en España significa otra cosa) sino de repetidor: “Dicho especialmente de un alumno: Que repite un curso o una asignatura.”

Con respecto a marido y esposo la recomendación dada me parece absurda. Aquí no sólo la Academia nos da definiciones equivalentes sino que aproximadamente el 97% de los chilenos usa ambas palabras. El hecho de que el 3% perteneciente a la aristocracia tradicional (o GCU) nunca use la palabra esposo no significa que el resto de la población deba evitarla. A mi parecer el artículo está recomendando el arribismo. Por lo demás El Mercurio no tiene este defecto, ya que sin complejos dice que el príncipe Henrik es el esposo de la reina Margarita.

Las reglas idiomáticas pueden ser útiles al evitar que alguien pase por ignorante. Pero también son perjudiciales si fomentan el arribismo o sacralizan la opinión de la Real Academia. Incluso se generan contradicciones porque la clase alta tradicional chilena tiene total confianza en sí misma y habla sin preocuparse de lo que diga o no diga el diccionario.